jueves, 25 de diciembre de 2008

Aitona

...Y mientras escribo escucho el griterío de la multitud en el puerto. Siento cómo los rayos de sol restallan sobre los cascos de algunos buques mercantes, cegándome. Según recupero la vista, paso las yemas de mis viejas manos por las hojas de un bloc ya cuarteado por tanta humedad y ese olor a salitre que todo lo cubre. Noto el calor amable del gentío, de aquella ciudad en la que ya no estoy y sobre la cual no escribo. Y así comienza una nueva travesía lejos de ella, hasta encontrar de nuevo el camino de vuelta hacia mi vida hurtada.

Aguanieve

El copo de nieve fue aproximándose, ganando tamaño poco a poco, hasta que se estrelló en el cristal del coche. Desde el otro lado un conductor observaba su forma. Aquella que en detalle se mostraba intrincada, llena de canales, vías muertas y ramificaciones. Como un reflejo de él mismo. Algo que pronto resbalaría por el cristal convertido en agua. Simple y eternamente agua.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Albert Camus

El hombre vive amargamente en los sucesos que lo niegan, pues cada día vuelve a comenzar pese a todas sus ilusiones y contra todas sus esperanzas. Mejor luchar que rendirse a la esperanza, pues la esperanza, contrariamente a lo que se cree, equivale a la resignación. Y vivir no es resignarse.

lunes, 25 de agosto de 2008

Cita II

Hay preguntas ante las que un padre siempre se sentirá indefenso y vacilante. Y esta iba a ser indudablemente una de ellas. Aprovechando que ella había ido al baño, el niño, visiblemente molesto, le preguntó:
- "Papá... ¿la amas?"
Poco importaba que hubiera sido precisamente su madre la que hubiera puesto el punto y final. La que hubiera peleado hasta la extenuación por la casa, el coche y el juego de porcelana china mientras su padre presenciaba atónito un desenlace que nunca deseó. El caso es que su hijo veía en todo esto una traición. No sólo se había echado una nueva novia sino que encima tenía la desfachatez de presentarla hoy. El único día que disponía de su padre sólo para él.
El niño apenas había probado la hamburguesa ni las patatas fritas. Jugaba con la bolsita de ketchup incómodo ante la espera de una respuesta convincente o que, por lo menos, aliviara su miedos.
- "Es sólo una amiga, hijo, no te preocupes" - respondió él.
Entonces la puerta del baño se abrió, y tras una corriente de aire frío apareció ella. De extraordinaria altura, con traje negro y gesto funesto se acercó a la mesa y, dirigiéndose al padre, le preguntó con voz ronca:
- "¿Vamos?"
- "Qué remedio" - contestó él.
El niño atónito preguntó:
- "¿A dónde vamos?
Ante lo que el padre simplemente contestó:
- "A ninguna parte. Tú quédate aquí."


Cita I

Me llamo Artemius y soy gestor contable para una firma de abogados de la gran ciudad. Nos especializamos en deshaucios y compra-venta de solares. Trabajo allí desde hace más de veinte años y el ritmo frenético del trabajo me ha dejado poco tiempo para la vida personal. En el trabajo soy una persona respetable. Y hoy... hoy he quedado a comer con la muerte. No sé si por mi naturaleza oronda o por mi tendencia a la verborrea las chicas siempre me han evitado. Mamá dice que cuando me independice me sentiré más libre. Pero claro, ahora es algo que ni me planteo habida cuenta de su avanzada edad. Respecto a la cita, no creas, en mi trabajo no es tan difícil este tipo de reuniones. Nos especializamos en asuntos ciertamente desagradables y en muchas de estas situaciones aparece ella, serena y cabizbaja, para rematar la faena. Así que ni siquiera estoy preocupado. Intentaré tener una velada agradable y, si a mamá no le importa, la llevaré a casa para que hoy duerma conmigo.


Recuerdo

La madrugada que abandoné la infancia una llamada inesperada nos sacó a todos de la cama. Recuerdo cómo mi padre volvió a la habitación mientras mis hermanos y yo nos apretujabamos en uno de los sofás del salón, el que estaba frente a la televisión, a la espera de un significado que nos aclarase el motivo de la llamada. Transversalmente a él se encontraba otro sofá en el que se sentó mi madre, rodillas juntas y espalda erguida, atendiendo en silencio el teléfono. Años más tarde aprendí a temer ese tipo de llamadas, aquellas que te arrancan del sueño con el estertor de un sonido que se te antoja fuera de todo lugar y tiempo, como maldito.

No sé muy bien para qué, pero recuerdo que mi madre encendió una luz casi ciega en la mesilla del salón. Y allí, entre las sombras, aparecieron sus manos recogidas sobre el regazo. Apenas un instante más tarde tomaron nerviosas un lápiz y apuntaron una serie de números o letras, no sé, en el reverso de la carta de un banco.

No me fijé en su rostro, que estoy seguro era tenso y triste en aquellos momentos. Recuerdo que desvié unos segundos mi atención sobre el trapo de tela blanca que cubría los sofás de aquel salón. Ya fuera verano, cuando dejábamos la casa, ya fuera invierno aquellos trapos estaban siempre allí, sobre la tapicería impoluta, para sacarnos de quicio. A todos menos a ella. Para qué, de qué sirve todo lo bello cuando se oculta tras un manto de normalidad.

Como decía, apenas unos instantes desvié la mi atención de la figura de mi madre sentada sobre aquel trapo blanco. Pronto volví a las manos... sus manos. Manos suaves y dulces que con frecuencia acariciaban mis sienes con un coscorrón cariñoso. Manos desnudas, de dedos largos y uñas cuidadas.

En ese mismo instante empecé a jugar con ella, sus manos y el tiempo. Siempre hacia delante. Y comprendí que llegaría un día en el que mi madre atendiera una nueva llamada. A la misma hora, en el mismo lugar, con la misma premura y terror pero con otras manos. Ya más huesudas, menos firmes pero igual de dulces. Entendí que aquel momento llegaría. Inexorable.

Quizás entonces mi hermana ya no se siente en el sofá a mi lado. Quizás esta vez no se anuncie la enfermedad de nadie. Sólo el avance cruel de los años, mientras el teléfono dice: "Hola, qué tal, soy yo. Ha pasado mucho tiempo..."


jueves, 21 de agosto de 2008

Estereo-Tipos I

Hoy Luna lo ha pasado en grande: litronas, porros y conversaciones para cambiar el mundo. No el suyo sino el de los otros. "Pobres" - piensa, mientras da de comer a su iguana.

"En general, por muy bella y profunda que sea una frase, afecta sólo a los indiferentes, pero no siempre satisface a los felices o desgraciados, porque la expresión más elevada de la felicidad o la desgracia es muy a menudo el silencio. Los amantes se comprenden mejor cuando callan, y un discurso ferviente y apasionado junto a una tumba afecta sólo a los extraños."
Anton Chéjov, Cuentos

lunes, 14 de julio de 2008

Vino y Agua

Mientras la ciudad duerme, él despierta acuciado por una sed que, de momento, no saciará. Se despereza con un movimiento brusco de cabeza. De derecha a izquierda, de izquierda a derecha. Un número par de veces, ni uno más. Pasa sus rudas manos por las comisuras de su boca, arrastrando así alguna miga de pan que olvidó entre la espesura de su barba hostil. La miga cae hasta el suelo y él la recoge divertido para volverla a masticar….para que se le vuelva a caer.

Ya erguido mira alrededor en el silencio del parque. Da una vuelta sobre sí mismo y con sus pies derrama el cartón de vino, único compañero de sueños y desvelos. El vino traza lentamente sobre la arena el relieve de un país que parece el suyo, que se transforma en mujer, voluptuosa, que torna en una red en la que se atrapan sus pensamientos por algunos segundos hasta que la corriente amarga y roja vuelve a sus pies, al autor del lienzo.

Pies torpes, pies viejos que entonces comienzan su andadura, una vez más, hasta las orillas del río Sena. Una vez allí se desviste con el pudor de un infante, mirando a sus cuatro costados. Abandona sus zapatos pues desabrochar es término que se antoja imposible ante la visión de aquella masa informe de cuero. Zapatos de la región de Gruyere. El pantalón, sucio, cae desplomado después de un gesto sutil de cadera. Se agacha, lo recoge y lo dobla con la delicadeza que le falta a todo él. Hay algo que se precipita después, no sabemos si manta, saco o jubón.

Previo al primer contacto con el agua, el viento le hace sentir frío. Su vello se eriza mientras va descendiendo, uno a uno, los escalones que dan al río. Un rayo de luz se refleja en el agua. Su mano torpe intenta alcanzarlo, provocando un leve remolino que dura apenas un instante. Allí, por primera vez se mira a las manos, cubiertas de sangre o vino. Se frota suavemente, como una madame parisina. Sin prisa. Y mientras el ruido de un coche anuncia la mañana, por fin se sumerge y olvida… aunque sólo sea por unas horas.

"Pero había bebido justo hasta el extremo de no tener ya la mirada certera, ni el instinto que sólo proporciona la pobreza para..."
La leyenda del santo bebedor, Joseph Roth.

Los Ausines

Hoy, varios años después de la muerte de mis padres, he vuelto a visitar el pueblo. He paseado por la calle aún sin asfaltar de la iglesia en dirección a la casa. He visto la tierra yerma y sentido el calor sofocante de tantos veranos que pasamos allí juntos. Como siempre, alguna persiana se ha corrido a mi paso. Alguna sombra se ha deslizado, pero ningún sonido ha podido callar el canto de la chicharra. Silencio más allá del ruido sordo de la naturaleza.

Ya frente al caserón labriego, cobijo de mi niñez, me he asomado tímidamente al patio. Allí seguían los lilos, hermosos en su esplendor malva, el pozo herrumbroso con el caudal ya probablemente seco. Y la pequeña caseta ahora sin hueso ni cadenas ni perro. Sólo unas sábanas tendidas ante el viento ausente me han hecho sentir furtivo.

Entonces, una polvareda seca se ha levantado, el aire ha empezado a mecer las sábanas hasta arrojarlas al suelo, no sin particular delicadeza. Y del viento ha emergido el aroma de la tierra mojada, trayéndome el recuerdo de los juegos de infancia, de mi primer rubor, de la consiguiente herida, de las noches de estrellas y de los días de inmensa luz.