lunes, 25 de agosto de 2008

Cita II

Hay preguntas ante las que un padre siempre se sentirá indefenso y vacilante. Y esta iba a ser indudablemente una de ellas. Aprovechando que ella había ido al baño, el niño, visiblemente molesto, le preguntó:
- "Papá... ¿la amas?"
Poco importaba que hubiera sido precisamente su madre la que hubiera puesto el punto y final. La que hubiera peleado hasta la extenuación por la casa, el coche y el juego de porcelana china mientras su padre presenciaba atónito un desenlace que nunca deseó. El caso es que su hijo veía en todo esto una traición. No sólo se había echado una nueva novia sino que encima tenía la desfachatez de presentarla hoy. El único día que disponía de su padre sólo para él.
El niño apenas había probado la hamburguesa ni las patatas fritas. Jugaba con la bolsita de ketchup incómodo ante la espera de una respuesta convincente o que, por lo menos, aliviara su miedos.
- "Es sólo una amiga, hijo, no te preocupes" - respondió él.
Entonces la puerta del baño se abrió, y tras una corriente de aire frío apareció ella. De extraordinaria altura, con traje negro y gesto funesto se acercó a la mesa y, dirigiéndose al padre, le preguntó con voz ronca:
- "¿Vamos?"
- "Qué remedio" - contestó él.
El niño atónito preguntó:
- "¿A dónde vamos?
Ante lo que el padre simplemente contestó:
- "A ninguna parte. Tú quédate aquí."


Cita I

Me llamo Artemius y soy gestor contable para una firma de abogados de la gran ciudad. Nos especializamos en deshaucios y compra-venta de solares. Trabajo allí desde hace más de veinte años y el ritmo frenético del trabajo me ha dejado poco tiempo para la vida personal. En el trabajo soy una persona respetable. Y hoy... hoy he quedado a comer con la muerte. No sé si por mi naturaleza oronda o por mi tendencia a la verborrea las chicas siempre me han evitado. Mamá dice que cuando me independice me sentiré más libre. Pero claro, ahora es algo que ni me planteo habida cuenta de su avanzada edad. Respecto a la cita, no creas, en mi trabajo no es tan difícil este tipo de reuniones. Nos especializamos en asuntos ciertamente desagradables y en muchas de estas situaciones aparece ella, serena y cabizbaja, para rematar la faena. Así que ni siquiera estoy preocupado. Intentaré tener una velada agradable y, si a mamá no le importa, la llevaré a casa para que hoy duerma conmigo.


Recuerdo

La madrugada que abandoné la infancia una llamada inesperada nos sacó a todos de la cama. Recuerdo cómo mi padre volvió a la habitación mientras mis hermanos y yo nos apretujabamos en uno de los sofás del salón, el que estaba frente a la televisión, a la espera de un significado que nos aclarase el motivo de la llamada. Transversalmente a él se encontraba otro sofá en el que se sentó mi madre, rodillas juntas y espalda erguida, atendiendo en silencio el teléfono. Años más tarde aprendí a temer ese tipo de llamadas, aquellas que te arrancan del sueño con el estertor de un sonido que se te antoja fuera de todo lugar y tiempo, como maldito.

No sé muy bien para qué, pero recuerdo que mi madre encendió una luz casi ciega en la mesilla del salón. Y allí, entre las sombras, aparecieron sus manos recogidas sobre el regazo. Apenas un instante más tarde tomaron nerviosas un lápiz y apuntaron una serie de números o letras, no sé, en el reverso de la carta de un banco.

No me fijé en su rostro, que estoy seguro era tenso y triste en aquellos momentos. Recuerdo que desvié unos segundos mi atención sobre el trapo de tela blanca que cubría los sofás de aquel salón. Ya fuera verano, cuando dejábamos la casa, ya fuera invierno aquellos trapos estaban siempre allí, sobre la tapicería impoluta, para sacarnos de quicio. A todos menos a ella. Para qué, de qué sirve todo lo bello cuando se oculta tras un manto de normalidad.

Como decía, apenas unos instantes desvié la mi atención de la figura de mi madre sentada sobre aquel trapo blanco. Pronto volví a las manos... sus manos. Manos suaves y dulces que con frecuencia acariciaban mis sienes con un coscorrón cariñoso. Manos desnudas, de dedos largos y uñas cuidadas.

En ese mismo instante empecé a jugar con ella, sus manos y el tiempo. Siempre hacia delante. Y comprendí que llegaría un día en el que mi madre atendiera una nueva llamada. A la misma hora, en el mismo lugar, con la misma premura y terror pero con otras manos. Ya más huesudas, menos firmes pero igual de dulces. Entendí que aquel momento llegaría. Inexorable.

Quizás entonces mi hermana ya no se siente en el sofá a mi lado. Quizás esta vez no se anuncie la enfermedad de nadie. Sólo el avance cruel de los años, mientras el teléfono dice: "Hola, qué tal, soy yo. Ha pasado mucho tiempo..."


jueves, 21 de agosto de 2008

Estereo-Tipos I

Hoy Luna lo ha pasado en grande: litronas, porros y conversaciones para cambiar el mundo. No el suyo sino el de los otros. "Pobres" - piensa, mientras da de comer a su iguana.

"En general, por muy bella y profunda que sea una frase, afecta sólo a los indiferentes, pero no siempre satisface a los felices o desgraciados, porque la expresión más elevada de la felicidad o la desgracia es muy a menudo el silencio. Los amantes se comprenden mejor cuando callan, y un discurso ferviente y apasionado junto a una tumba afecta sólo a los extraños."
Anton Chéjov, Cuentos