viernes, 15 de mayo de 2009

Cómo leer a Cortázar

Suelo leer grandes libros en el retrete de mi trabajo. A veces son tan sólo las últimas páginas de una novela, otras los primeros retazos de un cuento por descubrir. Sólo hay una norma: el libro en cuestión no debe ser muy voluminoso. Esta regla es de carácter puramente práctico: debe caber entre mi pantalón y mis calzoncillos. "Así que nada de obras completas ni antologías, Unai", me repito con frecuencia. Me resulta curioso cómo la gente disfruta mostrando al vecino sus lecturas (qué esconderán aquellas que van envueltas en prensa...), mientras yo las oculto, sobre todo cuando son obras consagradas. Y siendo el retrete el único lugar dónde puedo dedicar algo de tiempo a mi afición favorita, es cierto que probablemente existan lugares más nobles para un Chejov, Camus o Cortázar. Pero es así, en este mundo de prisas, antesdeayeres y pasadomañanas, el presente es la porcelana blanca, las baldosas con olor a lejía y la infame escobilla. En contraposición al despacho en el que a escasos metros de distancia espera una llamada del director general y la consecuente realización de algún nuevo hurto empresarial, el baño se convierte en un santurario de paz dónde siempre vuelvo a ser yo...

Introduzo el volumen sin retorcimientos ni figuras imposibles un segundo antes de salir del despacho. Generalmente en la parte trasera, entre el sacro y la L4, L5 o las supra-espinales, dependiendo de si se trata de relato breve, poesía o teatro. Lo más importante es la templanza; todo debe parecer natural para evitar así la mirada de algún compañero hacia mi zona cero. Entonces recorro el pasillo, sin prisa pero sin pausa. Y una vez allí, ante la puerta del baño, entro a por todas, feliz. Los últimos metros son los más difíciles, pues es fácil dejarse llevar por la ilusión de una inminente lectura, relajarse y... zás!... el director general meando:

- Ehhh... Hola Señor Martinez, ¿cómo está su señora?
- Divorciada.
- Ah... mmm.... je, je. Bueno, el informe que me pidió ayer... está casi acabado.
- ¿Qué es ese bulto que asoma por su espalda, Sr. Larrea?
- Mmmm... un quiste, señor. Ehh... voy rápido al baño que parece que supura.

A veces hay que pasar por imbécil, pero un buen libro siempre merece la pena.