Pies torpes, pies viejos que entonces comienzan su andadura, una vez más, hasta las orillas del río Sena. Una vez allí se desviste con el pudor de un infante, mirando a sus cuatro costados. Abandona sus zapatos pues desabrochar es término que se antoja imposible ante la visión de aquella masa informe de cuero. Zapatos de la región de Gruyere. El pantalón, sucio, cae desplomado después de un gesto sutil de cadera. Se agacha, lo recoge y lo dobla con la delicadeza que le falta a todo él. Hay algo que se precipita después, no sabemos si manta, saco o jubón.
Previo al primer contacto con el agua, el viento le hace sentir frío. Su vello se eriza mientras va descendiendo, uno a uno, los escalones que dan al río. Un rayo de luz se refleja en el agua. Su mano torpe intenta alcanzarlo, provocando un leve remolino que dura apenas un instante. Allí, por primera vez se mira a las manos, cubiertas de sangre o vino. Se frota suavemente, como una madame parisina. Sin prisa. Y mientras el ruido de un coche anuncia la mañana, por fin se sumerge y olvida… aunque sólo sea por unas horas.
"Pero había bebido justo hasta el extremo de no tener ya la mirada certera, ni el instinto que sólo proporciona la pobreza para..."
La leyenda del santo bebedor, Joseph Roth.