jueves, 25 de diciembre de 2008

Aitona

...Y mientras escribo escucho el griterío de la multitud en el puerto. Siento cómo los rayos de sol restallan sobre los cascos de algunos buques mercantes, cegándome. Según recupero la vista, paso las yemas de mis viejas manos por las hojas de un bloc ya cuarteado por tanta humedad y ese olor a salitre que todo lo cubre. Noto el calor amable del gentío, de aquella ciudad en la que ya no estoy y sobre la cual no escribo. Y así comienza una nueva travesía lejos de ella, hasta encontrar de nuevo el camino de vuelta hacia mi vida hurtada.

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